Freud es un “desarrollista” convencido
de que las reorganizaciones estructurales de la personalidad ocurren en
momentos cruciales de la vida individual. Afirma que tales momentos (etapas)
son características universales de todos los seres humanos; que cada etapa
suele estar dominada por urgencias biológicas instintivas de tipo hedonista; y
que las fundaciones de la personalidad adulta deben ser rastreadas, igual que
la psicopatología, hasta la niñez temprana.
Conforme al esquema freudiano
original, el término que designa la energía sexual general es libido. Cualquier
parte del cuerpo en la cual esta energía esté focalizada se denomina zona erógena.
Durante la niñez las zonas erógenas más importantes son la boca, el ano y los
genitales que, sucesivamente, se convierten en el centro del interés sexual
infantil en etapas específicas del desarrollo, entendido éste como un proceso
maduracional de raíces biológicas, en el cual juegan un papel importante las
experiencias del niño.
Las etapas del desarrollo
psicosexual son:
Etapa
oral
En el primer año de la vida la boca es el lugar más
importante de intercambio con el mundo. El acto de chupar, mamar o succionar es
vital porque no sólo así se nutre el niño sino porque también obtiene placer
del acto mismo. Durante los primeros meses el niño no reconoce la existencia separada
de los otros (libido sin objeto o narcicismo primario), según Freud (1959) y
parece concentrarse en su propio cuerpo. Es más o menos a los seis meses que
comienza la noción de la existencia separada y necesaria de la madre. Las fortuitas
separaciones de la madre, o su reemplazo
por extraños, resultan ansiogénicas para
el niño. De este modo la vida, desde el comienzo, es compleja y generadora de dificultades.
Dependiendo de si hay una integración acertada o contrariada de los impulsos libidinales
ligados a la etapa oral, los niños resultantes pueden ser felices y apacibles o
tiránicos y exigentes.
Etapa
anal
Entre uno y medio y tres años la zona anal se
convierte en el centro de los intereses sexuales. La excitación esfinteriana
producida por los movimientos de las heces en el tracto intestinal se percibe
como un evento placentero. En la concepción freudiana original esta es una
forma elegante de describir la expulsión por el esfínter, que es la verdadera fuente
de estímulos placenteros. A mayor cantidad, dureza y tamaño de las heces, mayor
intensidad en las sensaciones. A medida que mejora el control maduracional
sobre los músculos correspondientes, el niño aprende a diferir la emisión fecal
hasta el último momento, con lo cual incrementa la presión en el recto y hay
más placer en la deposición. Jugar con las heces también produce satisfacción.
Es precisamente en esta etapa que el niño empieza a
recibir solicitudes para que “corrija” sus maneras, formuladas de modo
dramático por adultos bien socializados. No puede permitirse al niño que se
dedique a la repugnante tarea de juguetear con sus heces, y bien pronto la
repugnancia sentida por los padres es trasmitida al niño. El entrenamiento es
una solución que, abreviadamente, debe conducir al niño a rechazar cualquier
cosa sucia y maloliente y a convertirse en un “modelo” de autocontrol. El
resentimiento derivado de esa sumisión a la autoridad parental no suele ser expresado
abiertamente. Y en su lugar el individuo desarrollará cierta obstinación pasiva
e insistirá en hacer las cosas a su modo
Etapa fálica
Entre los 3 y los 6 años el niño
centra su interés en el pene y ello lo enfrenta con una nueva serie de
problemas, entre los cuales es muy importante el Complejo de Edipo y sus modalidades
de resolución. Conforme a la teoría, es la gran excitabilidad y modificabilidad
del órgano lo que enciende la curiosidad infantil. Comienza por exhibirlo y
compararlo con otros para después pasar a la formación de fantasías sobre el
papel sexual que puede jugar como varón adulto.
Lo que Freud nos plantea es una
especie de triángulo amoroso en el cual participan el niño, el objeto amado
(que es el progenitor del sexo opuesto) y el objeto odiado (progenitor del mismo sexo). La
proposición sugiere que el niño varón inicialmente adopta a su madre como
objeto amoroso y se comporta con ella de modo seductor. Al mismo tiempo reconoce
en el padre a un rival en el afecto materno. Y no solamente está celoso de su
progenitor sino que también siente que lo necesita y lo ama, de modo que los
deseos destructivos hacia él lo atemorizan. Es cuando comienza el temor a la
castración, reafirmado al descubrir que su hermana ha perdido el pene y que lo
mismo puede pasarle a él. De todos modos ese temor reprime en el niño sus
deseos sexuales por la madre y lo lleva a identificarse con el padre,
identificación que contribuirá al logro de una definición de su papel sexual.
Etapa de
latencia
Una vez establecidas las defensas anteriores el niño
entra en la etapa siguiente, cuya duración se establece aproximadamente entre
los 6 y los 11 años. Esta suele ser una etapa de tranquilidad relativa durante
la cual la libido, tan poderosa, directa y obvia en la etapa fálica, resulta “sublimada”
y recanalizada hacia actividades sustitutas ya no de tipo sexual.
Fantasías, deseos y agresiones sexuales permanecen
inmersas a nivel inconsciente, y las energías infantiles van a ser dirigidas hacia
un tipo de búsquedas más socialmente aceptables y concretas. El clima personal
se abre a las actividades intelectuales, los deportes y los juegos. Esto no
quiere decir que la vida del niño esté libre de conflictos. Lo que ocurre es
que los impulsos sexuales lucen temporalmente aplazados y existen ya evidencias
más claras de un mayor autocontrol.
Etapa
genital
La relativa calma anterior dura poco. La
adolescencia empieza y esta es una turbulenta fase en la cual ocurren cambios
fisiológicos realmente dramáticos. El muchacho, además, debe vencer la exclusiva
identificación masculina formada durante la etapa de latencia. La opinión de
Freud es que existe una fijación homoerótica sobre alguna figura, personaje o héroe
masculino, con lo cual se marca el retorno de los sentimientos sexuales
previamente reprimidos y se funda la transición hacia las afiliaciones
heterosexuales.
De nuevo hay la amenaza de instintos agresivos y
sexuales que el joven puede llevar a la realidad. La zona genital es invadida
por una energía sexual tremenda y las fantasías edípicas reaparecen con vigor
renovado. Para Freud la gran tarea individual en esta etapa es "liberarse
de los padres".
En el niño esto significa abandonar sus nexos con
la madre y buscar, por cuenta propia, algún sustituto femenino. La niña, por su
parte, deseará hacer su propia vida. En realidad la búsqueda de ambos sexos es
por independencia y ello supone serios y dolorosos problemas emocionales.
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